Cuando puedo me gusta caminar en el parque local, así luce a las 6 a.m
Cuando puedo me gusta caminar en el parque local, así luce a las 6 a.m
TEXTO N.º 4
Definimos la buena filosofía como "El conjunto de conocimientos que orientan y organizan lo que entendemos por realidad". Es decir, que básicamente la filosofía está relacionada con el que hacer humano como tal. Esto es así desde que Platón y sus coetáneos vivieron, comieron y todo lo demás en este mundo. Con el paso del tiempo, sus palabras han sido la guía didáctica establecida para todo aquel que crea que puede filosofar. Desde el 300 y pico aC, hasta nuestros días, nuestro entendimiento sobre el tema es el mismo y lo definimos de la misma manera también. ¿Pero realmente, aún hacemos filosofía, todavía caben cavilaciones sobre un asunto que por exceso de uso está verdaderamente desgastado?
Hoy en día, la filosofía no posee argumento novedoso, pues sus estudiosos, la mayoría decentemente versados en los sabios griegos del pasado, se han dedicado a repetir esos mismos discursos en sus propias letras, comparable a mi parecer con esa melodía popular que luego es secuestrada para repetirla a un ritmo diferente pero cantando la misma tonada. Cambiamos el nombre, la nacionalidad y hasta el sentido de esa música; sin embargo, el fondo es el mismo, ya fuere en términos alemanes, españoles, etc.
¿Y las voces femeninas?, a falta de propósito, es poco lo que sabemos sobre mujeres filósofas, mucho menos lo que se dice de sus elucubraciones filosóficas generales. No es de extrañar que seamos excluidas de este campo también, siendo ya excluidas de todos los demás, esto por supuesto solo ha hecho enardecer ese deseo de hacernos notar, de ser escuchadas, reconocidas como los individuos pensantes que ellos, los varones suelen temer.
Talvez si buscamos otras culturas encontraremos nuevos argumentos que alimenten los ya tan aburridos y conocidos por el populacho general, quién sabe, talvez haya alguna filósofa desconocida esperando ser leída también.
Me gusta leer sobre las luchas de las grandes mentes del pasado, tal vez porque de algún modo mi vida a mi parecer monótona se llena de una luz especial cuando imagino que estuve allí. ¿Cómo habría reaccionado yo en ese momento, qué habría hecho en su lugar? En el ir y venir de la aguja relojera voy asumiendo una identidad nueva cada vez que leo un libro distinto, entonces soy la heroína, el héroe o alguno de los villanos de la historia que tengo en mis manos. Siempre es alguien diferente, yo misma soy un personaje diferente cada vez. Dentro de mi sala, donde mi biblioteca cada vez más cargada de libros permanece, voy aconsejando, confabulando, haciendo y deshaciendo según me apetezca. Converso o discuto, río o lloro, no sé, no importa, mi mente se llena de pensamientos que no van a ningún lugar, que no cambiarán esa historia ni su final, verdaderamente no me importa, soy feliz sintiéndome parte de ella.
Es importante que en este punto hable un poco sobre la sobre posición de esa vida fantástica en la vida real: la primera me permite ser quien yo desee, verme e incluso poseer habilidades únicas; la segunda, por supuesto, es la real, la física, el ama de casa de casi cincuenta años que sentada frente a un ordenador fantasea con seres y misiones de otro mundo.
Si pensamos por un instante en el verdadero valor de los libros en la vida cotidiana de un hogar promedio, te diré que fuera de una buena distracción o como herramienta de estudio, su interés no suele ir más allá. Tristemente, la cantidad de personas que dedican al menos una hora del día a una lectura cualquiera es cada vez menor. Las amas de casa suelen preferir las novelas o el cine de acción, los hijos se van por los videojuegos y el padre por lo general (también hay mamás que son fanáticas futboleras), elegirán un partido aun cuando sea una repetición. La lectura como tal ya no es un hábito que se inculque, ni siquiera en los centros de estudio y el costo de mantener una biblioteca actualizada y personalizada les aseguro por experiencia propia es bastante restrictivo para muchos mortales, esto a pesar de las ediciones de bolsillo y las cuidadas ediciones comerciales que se venden a bajo costo en librerías y supermercados. Aun así, al revisar las estadísticas de la economía general nos encontramos con la sorpresa de estar ante uno de los mercados más abarrotados y competitivos que existe.
Es curioso que en la actualidad la cultura general pueda estar tan al alcance y al mismo tiempo haya dejado de ser lo que debía. Tenemos arte, pero con franca honestidad realmente no parece arte en lo absoluto, tenemos libros disponibles, sin embargo, su lectura no es capaz de enriquecernos como debería. Podemos acceder a las aulas de estudio, las grandes y pequeñas bibliotecas, las facilidades están. Tenemos todo para formar una civilización encauzada hacia un mejor futuro, pero cada vez más distante por el grado de burocracia y de corrupción que ha socavado como un cáncer cualquier buena oportunidad de mejoría.
Relato número cuatro...
La primera carta de amor que escribí...
La primera carta de amor que escribí fue para mi mejor amigo, no tenía más de tres líneas, sin embargo, desde mi infantil perspectiva de seis años de edad, eran lo suficientemente elocuentes. He escrito muchas cartas desde entonces, pero ninguna tan sincera como aquella.
Los años han transcurrido dejando atrás mi adolescencia y mis primeros años como adulta joven, con el tiempo, otros amores me han enseñado lo necesario para llevar una relación con bastante éxito, pero el recuerdo de ese niño y mi primera carta de amor me persigue con mayor fuerza últimamente. Su cabello rizado, su piel algo aceitunada y su sonrisa desdentada me recuerdan lo inocentemente feliz que era. Que puede importar el mundo entero cuando tu realidad está limitada a tu salón de clases y tu tiempo de recreo.
Tras la graduación de primaria, nuestros caminos se separaron, siguiendo cada uno las directrices establecidas por las autoridades paternas, la vida ha seguido su rumbo, dejando a cada quien en un sitio definido por la suerte. Supe que estudió derecho, es aceptablemente exitoso con una oficina propia en el centro de la capital, yo me convertí en maestra y poco después seguí una carrera como artista plástica, exponiendo eso sí en un par de galerías de alto nivel. Él se casó, yo permanecí soltera, él tuvo un par de niños, yo preferí la compañía de una mascota robot. Él tiene una casa cómoda en un barrio de clase media, yo alquilé un piso completo en un edificio de apartamentos, luego lo adquirí y remodelé hasta convertirlo en una especie de chalet urbano, donde trabajo en mi arte y mis clases simultáneamente.
La vida ha seguido rodando y llevándonos por delante, hemos cambiado mucho, pero esas primeras letras siempre estarán ahí, como un lazo irrompible en la memoria de nuestras vidas.
Relato número dos...
Los panes de la tienda de la esquina...
Don Amador ha sido panadero desde que recuerda, aprendió de su tío y su abuelo cuando era muy joven para entender la vida. Han pasado muchos años, ha amasado, cernido, horneado todos los días, sin cambiar ni un minuto de su rutina. Don Amador es un hombre ya entrado en años de viejo, pinta canas grises en sus sienes con una prominente calvicie desde la frente hasta la coronilla. Es un hombre ya barrigudo, de sonrisa ligera y palabra amable. Don Amador no ha hecho otra cosa en su vida, nunca deseo hacer otra cosa hasta que un día una llamada cambió su rutina por completo.
Desde el otro lado del teléfono, la voz de su hermano le comunicó la muerte inesperada de su padre; era ya un hombre muy anciano, arrepentido por muchas de las decisiones que tomó en su vida, la más dolorosa fue la de entregárselo a su abuelo para que este lo cuidara cuando su madre murió. Era tan pequeño en ese entonces que no tuvo más opción, su cuñada podría atenderlo mientras era un bebe, debieron devolverlo al cumplir los siete años, pero su hermano y su esposa ya no pudieron separarse de él y él los quería como padres. Ahora ya adulto, sin más familia viva que su hermano, muchas cosas se removieron en su memoria.
¿Qué hacer, asistir a ese funeral?, pero, ¿quién atendería la tienda? Su padre no lo abandonó por gusto o por falta de amor, simplemente fue un hombre de campo que no podía atenderlo de bebe, con el tiempo sus tíos y su abuelo eran la familia que conocía y no quería nada más que eso, eso y hornear pan como le enseñaron. En fin, si salía muy temprano y regresaba al atardecer, podría cerrar solo por un día. Si eso haría y sería todo. ¿Cuántas ideas se han formulado en su cabeza desde la llamada?, saludar a su hermano, asegurarle que no necesita nada de la vieja casa de campo, que es feliz con su panadería. Regresar pronto a lo que conoce mejor que nadie, su horno. Un abrazo fraternal sería todo y después nada más.
A las tres y treinta de la mañana tomó el viejo tren a Alajuela desde San José, un trayecto corto, de solo tres horas. Luego un taxi hasta Los Girasoles, la pequeña finca familiar ubicada en el Cerro Miravalles. Al llegar se encontró con la sorpresa de tener dos nietos de edad escolar, un sobrino en sus veintitantos, un hermano que pintaba barbas de viejo y cabello de plata. Su cuñada era de su edad, más o menos, algo regordeta, mal encarada pero amable. Enterraron a su padre al medio día, comieron algo ligero con un buen café de campo. Todo fue tranquilo, la conversación sobre las disposiciones del padre fueron plenamente aceptadas. Recibió el dinero que le dejó como un regalo que podría usar en comprar un horno nuevo y mejorar los aparadores de la panadería. Su hermano le agradeció que no peleara la tierra.
Don Amador regresó esa noche a San José, tomando el último tren a la capital. Al día siguiente una de sus clientas habituales le agradeció su regreso, nadie quería estar un día sin los panes de la tienda de la esquina, sus panes, su tienda, su vida.
Sin rastro
En algún lugar de San José, Costa Rica
El oficial Rojas entró en la casa con su arma reglamentaria en mano, su compañero de apellido Zúñiga iba tras él, atentos a cualquier ruido o movimiento.
La vivienda fue levantada en una vieja urba, una de las primeras en el cantón. Eso fue cuando el gobierno se preocupaba por la gente, eran otros tiempos. Era en general una casa sencilla, con dos ventanas frontales, una lateral y otra trasera. Construida a medias en madera y cemento, lucía en buenas condiciones, aunque era obvio que sus ocupantes vivían al día. Un pequeño gato pardo se acurrucó sobre el cuerpo, tendido a medias entre el suelo y un sofá de dos plazas color verbena aterciopelada. Su compañero, con tantos años más de experiencia, permanecía inmóvil unos pasos atrás. En cuanto pudo moverse, revisó rápidamente los dos pequeños dormitorios, ambos desordenados, el baño y la cocina eran visibles desde la sala. Atrás el pequeño patio mostraba la ropa tendida, una pileta enchapada y algo de césped mal cortado.
Los oficiales llamaron por sus radios, pidiendo, según su protocolo, al equipo de investigación forense del organismo de Investigación Judicial. Quince minutos después, dos camionetas oficiales aparcaban junto a la patrulla. El hombre de edad avanzada presentaba una herida abierta y muchos golpes, había luchado por su vida. Pronto el equipo de hombres blancos revisaban el lugar, recogían las evidencias y al fallecido que ya presentaba los espasmos del rigor. Testigos de la zona alertaron de un segundo cuerpo a pocas calles, un hombre de mediana edad se había desangrado mientras trataba de huir de la casa. Las pesquisas siempre incluyen testimonios de conocidos, rastros y cualquier evidencia útil, pero en este caso, apenas si había rastros que seguir.
En algún lugar de Cartago
Una casa de dos plantas, con pisos de terrazo y balcones en las habitaciones superiores, parecía normal desde afuera, en su interior dos hombres hablaban quedamente para no ser oídos. Las muertes de los dos intermediarios fueron inevitables, es lo que pasa cuando traficas con drogas y quieres apoderarte de todo. Pronto su cartel será el más temido del país, entonces nadie podrá detenerlos.
El reloj marca el paso como un buen militar, compasado y rítmico, la tarde seguía la marcha con eficaz sincronía. Hay algo de sol entrando en la sala, tocando cada superficie que alcanza, en la casa todo está silencioso, tranquilo. Sin duda un momento del día que te invita a tomar un té mientras descansas en alguna terraza o sala de estar. A lo lejos, la música de una casa vecina, un recordatorio de que existe humanidad circundante, una humanidad que vive en sus propias casas, que también mira el reloj y la tarde mientras realizan su desfile. El vecindario está inusualmente tranquilo, cualquiera podría creer que tratan de esconderse de mí, es ridículo, pero apenas puedo pensar en una razón diferente para tanta calma. Los techos entre rojos y óxidos brillan. Las ramas de los pocos árboles se mueven quedamente sobre esos techos que logran alcanzar. No hay aves, ni gatos o perros callejeros paseando por ahí, tampoco bolsas de basura sobre la acera.
Por fin, un cambio, el motor de un coche rompe el camino aparcando justo en la puerta, unos largos instantes pasan antes de escuchar el silencio de nuevo, el motor se calla y la puerta se abre y cierra. Suena otra canción, otro ritmo esta vez. La voz de un hombre entona una melodía de amor y ausencia, la misma que llega a herirme cada vez que bajo la guardia.
Mi espada desenvainada en todo momento para que las lágrimas no me ganen en esta tarde, que por hermosa y veraniega me grita altanera, no hay nadie conmigo, nadie que me desee cerca, entonces una lágrima logra huir por mi mejilla. No la detengo, por alguna razón esa sola lágrima me da consuelo. Aún puedo sentir.
Había una vez un vampiro...
Largos años han pasado desde que el guerrero, temeroso de su propia muerte, hiciera un pacto con una criatura de la oscuridad. En aquel acuerdo, la criatura le permitió al guerrero seguir en la tierra poseyendo otros cuerpos, de esta manera no estaría atado a su cuerpo mortal. Para mantenerse debía alimentarse de sangre cada cierto tiempo; cuando su cuerpo se deteriora por la muerte, debía buscar uno nuevo para habitar. De esta forma, él podría permanecer en la tierra como un vampiro. El tiempo ha pasado, años y siglos deambulando de un lado a otro como alma errante, sin vivir o morir del todo. Así inicia esta historia, con un Había una vez un vampiro llamado Ar vid, nacido en el 650 A.C., en las lejanas montañas del norte de lo que hoy llamamos Europa.
Hacia el año 1230 un joven salió de su pequeña casa en busca de su padre, quien había salido a buscar madera seca para preparar la carne del animal que habían cazado ese mismo día. Su madre, una mujer regordeta y sonriente, destazaba el animal con gran facilidad, mientras sus hermanos y hermana se ocupaban de ayudarla. Todo era útil, la piel, los huesos, la carne, incluso las entrañas tenían su lugar. La familia vivía en un claro, a la orilla de un frondoso bosque. Su casa era una edificación circular, donde un solo espacio servía para todo. Su vida era simple, la caza y algo de agricultura los mantenían alimentados sin mayor problema. La madre, al ver que su marido no volvía, pidió a su hijo mayor ir a buscarlo, temiendo que hubiese tenido algún desafortunado percance y no pudiese pedir ayuda. El joven obedientemente buscó en el bosque, cerca del camino y a las orillas del río, no había rastro del hombre mayor, era como si la tierra lo hubiese tragado, el padre simplemente no se hallaba en ninguna parte.
Mientras regresaba a su casa, fue recogiendo algunas ramas secas para el fuego, al llegar al claro donde vivían sintió algo distinto en el aire. Al entrar en la casa todo estaba en silencio, llamó a su madre, pero no obtuvo respuesta, llamó a sus dos hermanos, tampoco le respondieron, por último llamó a su hermana, solo escuchó un gemido casi apagado como respuesta. Algo estaba mal, lo podía sentir, entonces una figura se dejó notar en el centro de la casa, podía verla desde la puerta destrozada, colgante de solo una de las bisagras improvisadas con maderos, bisagras que solían mantener la puerta en su sitio. La oscuridad del interior lo hizo temblar por un momento, ¿dónde estaba su familia, por qué nadie respondía?
Tragando su propia saliva, decidió entrar a su casa esperando ver algo en el interior, pero la oscuridad era casi total. En el suelo, amontonados en un rincón, los cuerpos de su familia yacían inmóviles, también su padre estaba ahí. La figura se movió al otro lado de la única estancia, lo miraba fijamente, esperando que él hiciera algo, un movimiento, un sonido, cualquier cosa. El joven, que era casi un hombre, miró fijamente a la figura, obstaculizando con su cuerpo la puerta, evitándole así la huida. Entonces la pelea inició, la figura trató de zarpar su cuello, el joven fue ágil evadiendo la garra por bastante espacio, también era fuerte, logrando dominar a su contrincante, sujetándolo contra el suelo gracias a su peso.
En ese instante la figura se convirtió en humo, rodeándolo por completo. La mente del joven se desvaneció sobre el cuerpo putrefacto de un hombre desconocido. Un rato más tarde despertó justo en medio de la casa, pero no reconocía nada, nada era familiar, se levantó del piso con la sensación de asco sobre su piel nueva. En el rincón de la casa los cuerpos desangrados de su última comida permanecían inertes, allí lanzó el cadáver que ya no necesitaba. Afuera la luz de la mañana casi llegaba, debía dormir, necesitaba dormir un poco más. Rindiéndose a la fatiga, se acomodó en el catre que la familia usaba como cama común.
Casi al anochecer despertó
nuevamente, sintiéndose revitalizado, casi indestructible, su nuevo
portador era mucho más de lo que parecía a simple vista. Le sorprendió
que pudiese hacerle frente siendo un simple humano. Sin embargo, no quiso meditar sobre el tema, ahora tenía un
portador nuevo, podría durarle más que unos meses, este era especial.
Salió de la vivienda cuando la oscuridad casi era noche, se alejó sin
pensar en nada más, en nadie más. Estaba dispuesto a probar ese nuevo
cuerpo que parecía único. En la casa, a oscuras y silenciosa, la joven
casi adolescente se movía poco a poco, tratando de salir del montón de
cuerpos. Como pudo, se acercó a un estante donde unos potes de barro
cocido se mantenían secos y protegidos, conteniendo hierbas que su madre
cuidaba con mucho recelo. Arrojó algunas al espacio donde cocinaban,
con un movimiento de sus deditos debilitados, una minúscula llama las
hizo chascar apenas audiblemente. Unos minutos más tarde, una anciana
llegó hasta la vivienda, vio a la niña tirada, vio lo que quedaba de su
hijo, su mujer y sus dos nietos. Sabía qué había pasado, era obvio que
un vampiro los convirtió en su presa y ahora solo podía llevarse a su
nieta a un lugar seguro. Quemó lo que quedaba y se marchó tan rápido
como había llegado.
Por muchos años, escribir ha sido el medio por excelencia para expresar todas esas cosas que se me atoran en el corazón. Hoy escuchando un podcast titulado "Mientras no escribo", me he puesto a meditar en las razones para escribir, al menos las mías, francamente sin buscar ser grosera con nadie, considero que no las necesito. Por qué debería justificar la simple acción de plasmar en un medio físico o digital una idea, cita o cualquier otra cosa.
La escritura, como bien dice la grabación, me hace sentir bien, cumple con un propósito personal que para mí es vital. La escritura me permite purgar esos demonios que hablan sin parar en mi cabeza, libera esas ideas e historias que corren despavoridas sobre la hoja en limpio, tratando de llenarla con sus huellas. Cuando escribo el dolor se desvanece, la sensación de libertad y calma se hace más palpable. Cuando escribo puedo ser quien quiera, no importa, porque soy completamente libre. Aunque suena un poco extraño, cuando escribo me siento poderosa, única, invencible. Por qué entonces necesitaría justificarme de algún modo, no necesito hacerlo y no lo hago.
Al escribir esta nota, realmente no tenía una idea clara de lo que iba a colocar, simplemente quería golpear mi teclado con cualquier palabra, luego empecé a dibujar letras continuadas una tras otra, formando frases que unidas a otras llevan lo que lees ahora en tu monitor. Quiero escribir porque me gusta, me ha gustado siempre y mientras pueda hacerlo seguiré escribiendo.
Cuánto recuerdas de lo que lees...
*Es un hecho comprobado que la lectura es el mejor medio para retrasar el deterioro neuronal*
Esta pregunta me surge de una lectura que hice en Facebook, sobre un alumno que se cuestiona la razón de la lectura después de caer en cuenta que no recuerda la mayor parte de lo que ha leído. Meditando un poco en la respuesta más apropiada a dicha cuestión, estoy segura del valor real de la lectura en general. El propósito de la lectura no es quedarse en tu memoria, su propósito va más allá de eso. La lectura debe cambiar tu mentalidad, fortalecer tu capacidad de entendimiento del mundo y sustituir tu violencia innata por una conducta más sobria y asertiva dentro de tu entorno. La lectura libera tu mente de la negatividad, te permite discernir en cada situación según tus opciones presentes en ese momento determinado, escogiendo así el mejor camino posible.
La lectura constante abre miles de oportunidades de superación personal y económica, además modifica tu visión general de la vida. Una persona que lee aprende a comunicarse, a defenderse cuando es necesario, a contraatacar sin perder de vista la razón de ese ataque. Leer es el rasgo humano más determinante dentro de una civilización que avanza, una civilización con futuro. Leer es cultura.
TEXTO N. ° 5 Foto tomada de Internet. San José Costa Rica En raras ocasiones la neblina viene a la ciudad, no le agrada la se...