viernes, 29 de septiembre de 2023

LA BRUJA

 

 

Creditos originales en la imagen

 

  La Bruja


         En el pueblo era temida, así que rara vez se acercaban a los límites del bosque. Ella no es mala persona, pero no tolera la hipocresía de los lugareños; desde jovencita fue aislada por los habitantes del pueblo, quienes casi logran matarla antes de huir por entre los arboles de ese bosque que hoy es su hogar. 

        Los años han pasado, sus recuerdos de esa época a menudo se vuelven confusos, aun así trata de no olvidar. Con frecuencia se pregunta lo que su reflejo les dice cada mañana, bajo esa sonrisa practicada, más parecida a una mueca plástica que a una expresión facial. Bajo esas capas de maquillaje y buenos modales ensayados no hay nada más que falsa humildad, superstición y miedo. Los niños como sucede casi siempre se retan entre ellos a traspasar su bosque, incluso llevan de vuelta alguna planta arrancada de su tallo sin ningún cuidado para probar que cumplieron. Todo esto a escondidas de sus padres por supuesto. A ella no le importa mientras permanezcan en el lindero, aunque no falta el valentón que camine un poco más adentro de lo debido. 

        Ese día entre sus hierbas y sus cocidos una pequeña sombra apareció, eso como le había enseñado su madre solo sucedía cuando uno de ellos se adentraba demasiado en el bosque. Cubrió su fuego para evitar un incendio innecesario en su casa, adentrándose en la espesura por el lateral de la vivienda siguió las señales que conocía bien. Los árboles susurraban para guiarla, las ramas más bajas marcaban la dirección y el viento siempre fiel la envolvía con suavidad para protegerla. Tras marchar por una hora, dio con el joven inconsciente a un lado del sendero que ella había hecho el invierno anterior. Lo cierto es que ella hacía y desasía esos caminos con frecuencia porque se sentía más segura de ese modo. Ninguno de ellos daba directamente con su hogar y no era fácil encontrarlos porque tampoco llegaban al límite del pueblo, así nadie la encontraría. 

        A penas podía caminar de regreso a su casa con el muchacho a cuestas, sin embargo, no iba a dejarlo tirado para que el bosque se hiciera cargo. Llegando a la puerta su espalda estaba muy adolorida y sus piernas temblaban; al entrar lo llevó hasta la cama que era más bien un nido de ramas bajo una de las ventanas, allí lo dejó cómodo e inconsciente mientras ella recuperaba el aire y las fuerzas. Enseguida se dispuso a preparar una infusión para sanar, en su caldero todavía hervían las plantas y verduras silvestres para la cena. Ella cambió su vestido por otro que colgaba en una rama donde mantiene la poca ropa que posee. 

        El joven apenas despertaba de su letargo cuando la medicina caliente le bajó por la garganta dejándolo inconsciente por segunda vez. Tras una noche de espera la fiebre había cesado, sus heridas pocas pero profundas se cerraron. Seguía aturdido, iba a levantarse cuando el peso de ella lo devolvió a la cama. La bruja se inclinó sobre el cuerpo indefenso, de su mano una luz blanca extraía de él la vida que recién había recuperado; unos minutos bastaron para que el muchacho desapareciera en un puñado de polvo. La vieja también desapareció bajo la piel rejuvenecida de la nueva joven, los senos firmes, la boca rosada, la piel clara y el cabello nuevamente negro.

 

 

     

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